Cuando Francisco se volvió Pacho Tiro: Una lectura de 'Nadie es eterno', de Alejandro José López

mar mar collazos 2501. Un entorno violento
No es fácil crecer en un entorno violento y, mucho menos, quedarse a vivir en él. Éste es el mayor drama colombiano del siglo XX. En tiempos recientes, uno de los factores que más ha determinado esta violencia es la búsqueda de ascenso social a través del narcotráfico. Y como ningún rincón del país permaneció ajeno a este conflicto ―ni a sus cotidianas tragedias―, la región del Valle del Cauca también se vio envuelta en dichas dinámicas. El ascenso propiciado por este comercio ilegal siempre fue rápido y violento. Para los años 90, la producción de esta industria criminal ya no fue sólo de marihuana; también se había iniciado el negocio de la cocaína, la cual terminó siendo mucho más apetecida y costosa. Y a medida que se hacían más conocidos y deseados estos productos en el mercado internacional, las guerras por territorios y poder azotaron el país con mayor crueldad.
En muy poco tiempo, muchos habitantes del lugar donde se instaurara este negocio estaban inmersos en él, muy especialmente los jóvenes de poblaciones marginales. Asimismo, se dio vida al Patrón, un siniestro personaje encargado de manejar la empresa. Su nombre debía ser precedido por la palabra "don", debía estar acompañado por más de dos guardaespaldas; era quien ―según la axiología de este submundo― tenía derecho a la compañía de las mujeres más bellas, las más grandes casas y el mayor respeto en la comunidad; era quien manejaba el dinero y, por esto, a quien se debía obedecer. Por tanto, el deseo final de estos jóvenes era el de llegar a encarnar el Patrón. Este funesto matrimonio entre poder y crimen adoptó la juventud de aquella época, y la condujo a destinos tan rentables como sangrientos.
Hemos de tener en cuenta que, antes de iniciar su recorrido en aquellos caminos criminales, estos jóvenes han sido el objeto de diferentes violencias, las cuales pasan por la exclusión y el abuso. Con frecuencia, su infancia ha sido arrebatada, han dejado atrás su niñez y los juegos inocentes sin siquiera conocerlos. Esta infancia en condición de víctima es la predecesora de la adultez victimaria. A continuación analizaremos esta particular situación social en la novela Nadie es eterno (2012), de Alejandro José López.
Nadie es eterno transcurre en el año de 1990, en un municipio del Valle del Cauca: Tuluá. Los paisajes de esta población y sus alrededores se recorren en esta obra a través de las voces de sus habitantes. Por su parte, los personajes que atraviesan el libro lo hacen por medio de historias y anécdotas que llegarán a cruzarse en algún momento del relato. En éste encontramos expuestos el temor, la venganza y el amor vividos en aquella época caracterizada por la violencia y el negocio de las drogas.
Entre los personajes protagónicos hallamos a aquel que nos dejará ver de cerca la realidad del momento, Pacho Tiro. Su verdadero nombre es Francisco, aunque siempre será conocido por su sobrenombre. Éste se debe al diminutivo familiar que recibió en la infancia, Pachín. Sin embargo, al llegar a la juventud e iniciarse en el sicariato, los otros personajes de su entorno deciden tener en cuenta su buena puntería al momento de apodarlo; por lo cual se le atribuye, además, el Tiro. Al saber ―o creer― que él ya no es un niño, dejará entonces de ser Pachín; ahora se vuelve Pacho: Pacho Tiro. Este joven sicario será el encargado de ayudarnos a entender una vida impregnada por la mafia y por la barbarie que desencadena.
La historia de esta novela está contada a través de cuatro narradores independientes, cada uno con su voz particular. Éstos se alternan y comparten el mismo nivel de importancia a lo largo del texto. En primer lugar nos topamos con Pacho Tiro, nuestro personaje, quien nos revela sus percepciones, sus opiniones y su accionar ―es de esta forma como se cuenta la historia del victimario y el ejercicio del crimen―. Después aparece aquella voz que nos refiere unas breves postales, la cual nos describe los paisajes hermosos y mortales que rodean a Tuluá. El tercer narrador funciona como una especie de vox populi que hace uso del chisme y, aunque se enfoca la mayor parte del tiempo en el accionar del otro protagonista ―Rafico―, es ésta la voz encargada de darnos a conocer la transición que vive Pacho Tiro entre su niñez como víctima y su adultez como victimario. Por último tenemos a un narrador en tercera persona, quien se enfoca en Alba Matienza ―la bruja del pueblo―, su hijo Alberto y sus amigos.

 

nadie eterno 3502. La infancia y el lugar de la víctima
Francisco y su familia se ven obligados a huir de Ceilán, su pueblo natal, por las amenazas de muerte hacia Antonio, su papá. Las deudas contraídas por éste, así como su afición a los naipes y la bebida, fueron las causas del desplazamiento sufrido por esta familia. De este modo, se inicia su vida en Tuluá. Éste es el primer acto violento al que se enfrenta Francisco. Siendo sólo un niño, debe dejar su casa y su mundo atrás, llegar a un lugar desconocido en condición de desplazado, sin un lugar fijo para vivir y en condiciones económicas deplorables.
Estas dificultades económicas llevan a su familia a vivir en hacinamiento. Cuatro personas conviviendo en el cuarto de una pensión ―o tratando de hacerlo― es una situación que genera el comportamiento desesperado de Francisco. Por tanto, se instaura en él un sentimiento de reacción ante esa violencia de la cual es víctima. No es de extrañar que la manera de mostrar su desagrado sea adoptando comportamientos violentos. Aquí se elabora simbólicamente el carácter agresivo del personaje, desde su infancia, a partir de una anécdota familiar:

Sus niños dizque se pusieron a jugar pelota en el solar, con unos muchachitos; pero a esos otros les había dado por matar las avispas (...) Los hijos de  misiá Hermelinda no quisieron meterse, e inclusive se estaban aburriendo porque, según ella, el papá les había enseñado a respetar la vida y todo eso. (...) Hasta que ocurrió lo que era de esperarse: un animalejo de esos quedó toreado (...) [a Juancho] se le fue encima el bicho y le clavó el aguijón en un párpado. (...) Tan pronto vio a su hermano en esas condiciones, Pacho Tiro se puso como loco, le quitó el garrote a uno de los muchachitos y se agarró a perseguir la avispa hasta que la echó a tierra. Una vez la tuvo en el suelo, se le fue encima a los trancazos para matarla, rematarla y contramatarla. Y no contento con esto, después de haberla picado en pedacitos, se dedicó a destapar con el palo las sepulturas de las otras y a darles el mismo tratamiento, mientras les gritaba y las insultaba y las maldecía. (López: 2012, 48)

Éste es el primer acto violento que Francisco realiza en su vida. Hermelinda, a pesar de su amor incondicional de madre, lo percibe: "Ese día, cuenta ella, descubrió que a su hijo Pacho se le había metido una ponzoña en el alma; de ahí en adelante no fue sino que pasara el tiempo y que todo se fuera empeorando, porque a los días aparecieron en Tuluá esos dos tipos interesados en don Antonio." (López: 2012, 48) La violencia está detrás de este niño, la ponzoña que ahora tiene en el alma proviene del dolor e incomprensión que le produce su contexto rodeado de agresiones y marcado por sus falencias familiares.
La infancia de Pacho Tiro termina antes de lo que debería, deja de lado su niñez. Ya es imposible seguir jugando y divirtiéndose después de ver cómo asesinan a su padre:

Dizque ese día don Antonio estaba acomodado en un taburete leyendo prensa; y cuenta misiá Hermelinda que, como el zaguán de la entrada al inquilinato era muy oscuro, su marido había cogido la costumbre de moverse hasta el andén de la calle. Ahí no más, delante de la portada, Juancho y Pacho Tiro jugaban con un trompo que el papá les había regalado. Lo que ha de pasar no hay quien lo ataje (...) El viejo ni se dio cuenta, alma bendita, porque tenía el periódico extendido delante de sus ojos; pero el que sí se fijó muy bien en los dos tipos fue Pacho Tiro. Ése no les quitó la mirada ni un instante desde que empezaron los balazos, por eso los quedó conociendo. (López: 2012, 61)

Al morir don Antonio, muere la infancia de Francisco. En comparación con el comportamiento de Juancho ―de llorar y aferrarse a su padre―, Francisco en cambio: "Ni se movió, se quedó callado memorizando las caras de los tipos, los gestos, el modo de caminar." (López: 2012, 62) Esto crea en Francisco un escepticismo ante la vida, poca valoración del ser humano; asimismo, a partir de este suceso, debe asumir un nuevo rol en la familia: ser el reemplazo de su padre, proteger y proveer. Todo esto se encarga de expulsarlo de su infancia, lo que genera un choque para el cual no está preparado ni física ni psicológicamente. Así termina la etapa más corta de su vida; de este modo, llega a una adultez prematura. Nos encontramos con un niño forzado a comportarse como adulto.

 

3. Juventud transgresora
En el momento en que su infancia queda atrás y Pachín desaparece, encontramos a un adolescente inconcluso, un niño que pretende ser adulto. Francisco debe desempeñar el rol del hombre de la casa: "(...) desde que mataron a mi papá, yo he respondido por la casa y nunca les ha faltado nada." (López: 2012, 45) El amor que él siente hacia su madre y su hermano es lo que genera ―en ese momento― la motivación para asumir el sustento de su hogar. Lastimosamente, al estar inmerso en aquel mundo de adultez obligada, la motivación generada por el amor a su familia será rápidamente acompañada por el deseo de venganza. Al cumplir 16 años, su vida se ve transformada por una nueva violencia, una que ahora es realizada por él:

En una de esas cantinas esquineras estaban los dos tipos que le habían disparado a don Antonio. Los reconoció de una, ahí se hallaban, bien campantes, bebiendo aguardiente en una mesa que daba a la calle, descuidados, dando papaya. Entonces, el muchacho dejó tirado el canasto en que llevaba la encomienda, arrimó a la cantina de enseguida, agarró un envase de cerveza y lo despicó suavemente, contra el andén, sin hacer ninguna bulla; y así mismo, despacio, con maña, se les fue acercando a esos dos tipos que según cuentan, eran peligrosísimos. No les dio chance de nada, porque le metió a cada uno el pico de la botella hasta el fondo del cuello. (...) tan pronto como los vio tirados en el suelo, se les volvió a ir encima, con el vidrio en la mano, dele que dele (...) (López: 2012, 86)

De esta forma da inicio a su vida como victimario. Igualmente, encontramos el goce de la violencia, la actitud temeraria que pone de presente su permanencia en el sitio del crimen, sin importarle que llegase la policía o que aquellos dos personajes descritos como "peligrosísimos" pudiesen defenderse. Más adelante, cuando ya se encuentra detenido por la policía, se nos narra este pasaje que da cuenta nuevamente de su actitud ante el peligro:

El muchacho, o sea Francisco, que en ese tiempo ni sobrenombre tenía, pensaría que lo iban a matar, porque encontró a don Armando, pistola en mano, en plena oficina del capitán Martínez. Los demás, guardaespaldas y policías, creerían lo mismo apenas vieron a ese señor poniéndole el arma en la cabeza. A ver, pues, dizque sos muy guapo, malparidito. Pero el otro nada, ni palabras, ni llanto, ni suplicas. ¿Vos sabés con quién estás tratando, tenes idea del problema en que estás metido? No, señor. Que se agachara, atarbán de mierda, porque lo quería ver arrodillado. Entonces, el joven se arrodilló y se quedó viéndolo, sin miedo ni rabia, sereno, esperando el disparo simplemente. (López: 2012, 93)

Luego de este suceso, su vida se ve totalmente transfigurada. El patrón ―don Armando Valentierra― se encarga de reclutarlo, de sacarlo de la estación, de la pobreza y de iniciarlo en el sicariato. En este contexto criminal, el muchacho asciende rápidamente:

Después fue que vino el apodo, porque cuando le enseñaron a disparar dizque no hubo quien le ganara, qué cosa tan horrible, parecía que hubiera nacido con un arma en la mano. Al principio le decían Pachín, por lo mocito; pero, apenas demostró sus habilidades, exigió que le dijeran Pacho y, como la cuestión era de puntería, pues Pacho Tiro se quedó. (López: 2012, 93)

 

4. Adultez victimaria
Aquellos jóvenes sicarios se sumergen en este mundo procurando sacar a sus familias de la pobreza, colmar el vacío que deja la ausencia de un padre o la necesidad de consumo que genera la sociedad. Esta circunstancia suele acompañase de un profundo desprecio por la vida, tanto propia como ajena. Pero Pacho Tiro ―además de sentir un gran afecto por su mamá y por su hermano― cuenta con una perspectiva distinta, posee una proyección para su vida. Ambiciona tener las riquezas, las propiedades y la compañía de las mujeres que ostenta alguien como el patrón; es decir, aspira a ascender y a dominar las condiciones del negocio. Su vida junto a don Armando está contada como el presente más cercano de la novela. De este modo, su historia nos deja ver el ascenso que Pacho Tiro lleva a cabo desde el inicio como sicario hasta llegar a convertirse en el patrón: don Pacho Tiro.
Asimismo, en la construcción de este personaje se refuerzan algunas características de la particular manera que tiene Pacho Tiro de ser sicario. Los jóvenes sicarios suelen profesar una alta religiosidad ante diversos dioses, en especial el católico, hasta el punto de ser extravagantes en sus rituales. En cambio, a Pacho Tiro no podemos catalogarlo como un personaje religioso; por el contrario, observamos que no respeta ni venera al dios católico ―ese dios que acompaña a todos en el pueblo―, al punto que no le importa asesinar al cura. Para él siempre será más importante profesar respeto hacia su patrón:

―¿Será que alguien puede conseguir todo lo que yo tengo sin la ayuda de Dios?
―No, señor (...)
―No se preocupe mijo, que todavía no me he enloquecido (...) Simplemente quiero estar seguro de que mi Dios está más cerca de mí que de ese cura maricón.
―¿Me habla de Fray Alonso Atehortúa?
―Como le parece que anda echándome la gente encima, el muy cacorro (...) ya se pasó de la raya.
―Usted manda, patrón. (López: 2012, 118)

A pesar de este respeto, Pacho Tiro se las ingenia para vivir en medio de relaciones banales que, desde luego, mueren ante su deseo de ascender en la organización criminal. El desapego es una constante en su vida ―con la excepción de su familia―, lo cual le permite fortalecer su posterior autonomía en la toma de decisiones. Para Pacho Tiro nada es tan importante como su propio éxito. Gracias al desapego y a la confianza que tiene en sí mismo, este personaje logra asumir las circunstancias que se le presentan. En primer lugar, decide llevar a cabo su venganza ante Alba Matienza y su familia ―a quienes considera sus enemigos―; esto causa la furia de don Armando y, con ella, la orden de ejecutarlo. En tal encrucijada, Pacho Tiro se rehúsa a huir de Tuluá y prefiere enfrentar la mayor autoridad de su mundo: el patrón, don Armando Valentierra.
Vemos cómo de este juego logra salir vencedor. Aquel joven sicario estaba dispuesto a matar a quien fuera por conseguir su ideal de ascenso. Pacho Tiro ya no debe respetar a nadie entonces, ahora es él a quien se debe el mayor de los respetos. Y vemos también que de manera inmediata logra asumir su rol como el líder del negocio y establecer límites jerárquicos con los que antes fueron sus iguales:

―De todos modos, coronamos Pachín.
―Mira, Gordo maricón: la próxima vez que se te ocurra hablarme sin respeto, te juro por mi Dios bendito que te estallo la maldita cabeza. (...)
Vuelve a mirarme y atina a contestar como tiene que ser:
―Sí, señor. (López: 2012, 165)

En este momento final de la novela ya nos encontramos ante don Pacho Tiro, un sujeto consolidado, un adulto que se instaura como el nuevo patrón. De esta forma, se ha convertido en la persona encargada de continuar con las dinámicas del dinero rápido, la afición a las mujeres y el abuso del poder. Finalmente, en este cruel entorno, el crimen prevalece y el círculo vicioso se cierra.

 

alejo  lopez librería-Lello 350Sobre el escritor Alejandro José López
Colombia, 1969. Ha publicado dos libros de ensayos: Entre la pluma y la pantalla (2003) y Pasión crítica (2010), dos de crónicas y entrevistas: Tierra posible (1999) y Al pie de la letra (2007) y en Aurora Boreal® como libro electrónico (2014), dos de cuentos: Dalí violeta (2005) y Catalina todos los jueves (2012), y una novela: Nadie es eterno (2012). Entre los años 2004 y 2008 dirigió la Escuela de Estudios Literarios perteneciente a la Universidad del Valle. Cursó estudios doctorales en literatura y medios de comunicación en la Universidad Complutense de Madrid. Actualmente se desempeña como Profesor Asociado en la Universidad del Valle.

 

 

 

marúia mar collazos 339Sobre María del Mar Collazos
Nació en Cali, Colombia, el 23 de marzo de 1993. Actualmente cursa estudios de Licenciatura en Literatura, en la Universidad del Valle. En el año 2012 obtuvo el título de Normalista Superior, en la Escuela Normal Superior de Cali. En el año 2014 publicó la crónica Promesas de guerra en la revista de literatura Lexikalia, adscrita a la Escuela de Estudios Literarios de la Universidad del Valle.

 

Ensayo Cuando Francisco se volvió Pacho Tiro: Una lectura de 'Nadie es eterno', de Alejandro José López enviada a Aurora Boreal® por María del Mar Collazos. Publicado en Aurora Boreal® con autorización de María del Mar Collazos. Fotos María del Mar Collazos © Julián Ramírez. Carátula de Nadie es eterno cortesía © Sílaba Editores. Foto Nr. Alejandro José López en la librería Lello © Soranlly Gómez.

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