Fedro Ernesto y mi exilio indomable

A Michael Ende

Ahora que él falta, no intentaré escribir un diario de anécdotas. Apenas una historia de un dálmata y su dueña. Unas veces aparecerá la voz de la autora, otras la de un minotauro astuto disfrazado de pez…El alma será una isla en peso, como en el poema de Virgilio Piñera. La trama, una historia basada en hechos reales. Tal vez vagabunda, como lo entendió el historiador Maurice Agulhon. Se trata de sociabilidades y comportamientos que dialogan en espacios y tiempos para desembocar en el collar rojo de Fedro.

Fedro nació en La Habana el 16 de septiembre del 2001. La casa donde vivían sus padres, Sebastían y Tina, era de unos franceses que por hobby y para complacer a sus hijos Luisiane y Cristian, compraron la pareja de dálmatas muy de moda por aquel entonces en La Habana. Yo trabajaba en la casa de la Víbora como institutriz de Luisiane. Mi trabajo me encantaba, pero el mayor gozo era jugar con Sebastían y Tina, perros enamorados hasta el paroxismo. Por fin un día me dieron la noticia que Tina estaba embarazada de Sebastían; y desde entonces me sentí con deseos de ver los nacimientos.

En un patio con matas de mangos, limonares y helechos, en la casita-garage atrás de la casa, Tina amamantaba a Fedro y a sus hermanos. Maribonne, la dueña, me dio a elegir el que yo quisiera de los 7 perritos. Elegí casi con los ojos cerrados a Fedro Ernesto. Con menos de un mes lo llevé a mi casa, un apartamento pequeño donde vivía con mi pareja. A pesar de no tener patio, estaba decidida a cuidar, ver crecer a Fedro.

A los pocos meses ya se destacaba por su agilidad y sobre todo porque de su camada era el único que tenía una oreja negra. Bueno para hacer crías, me dijo el veterinario. Mis padres vivían con Heine, nuestro cocker spaniel, a tres cuadras de mi apartamento. Un día, aún cachorrito, se me ocurrió llevarlo para presentárselo a Heine, ya ciego pero sabio; malgenioso. También mi perro de toda la vida.

En aquel entonces mi esposo y yo, por razones de trabajo, decidimos dejarle a Fedro a mis padres. Más que nada por el patio. Todos los días lo iba a ver y a ayudar a mis padres con su crianza. Al principio mi padre se opuso pues dos perros en Cuba significaba comida. Escasa, como se sabe, hasta para los seres humanos. Heine comía jurel y boniato. Fedro tuvo que adaptarse igualmente a lo que apareciera en bolsa negra. Apunto que la situación económica de mi familia, si bien no era holgada, al menos mis padres viajaban al exterior y con el dinero de su trabajo sobrevivíamos. La calidad de la comida ya sabemos que no era la misma, pero al menos Heine y Fedro se hicieron amigos o más bien Heine asumió el papel de padre de Fedro.

Todo marchaba bien con mi familia a pesar de mi divorcio en el año 2003; pero al mismo tiempo se desató una ofensiva contra los opositores del régimen castrista. Mi padre se refugió en México… A partir de Octubre del 2003 me quedo sola con mi madre, que significaba además la casa de Heredia 109, mi trabajo de profesora de historia de Cuba de la Universidad de La Habana a Fedro Ernesto y a Heine. Imagínense dos mujeres solas, dos casas, dos perros. El 28 de enero del 2004 mi padre reclama a mi madre para que se le una en México y entonces si me quedé sola. Permanecí en Cuba hasta el 3 de septiembre del 2005 que mi padre me casó con un mexicano gay para poder salir de Cuba.

Se preguntarán que pasó con Fedro y Heine, pues ellos se quedaron en la casa de Heredia 109 con Roberto, un hombre negro honrado que nos ayudaba siempre con las labores de la casa. Salí de Cuba con un grito en el corazón, como una gaviota que solo se atrevió a volar porque lo tenía que hacer recordando el maravilloso libro de Luis Sepúlveda: Solo vuela el que se atreve a volar. Fedro y Heine quedaban atrás, temía a la vida que me esperaba y a la que dejaba. El miedo suele perseguir como una serpiente encajada en cenizas incandescentes. Cuando llegué a México nos dimos a la tarea de buscarle un hogar a Fedro y a Heine, rentamos la primera casa en un barrio bonito de Puebla. En abril del 2006 viajé a La Habana expresamente a buscar a Fedro y a Heine. La vecina me dijo que a veces el señor que cuidaba la casa con su esposa, los dejaban a dormir en el patio, bajo la lluvia... Antes Fedro dormía en mi cuarto y Heine en el de mis padres. No obstante ya estaba en Cuba y cumplí la promesa de llevármelos. Pagué los papeles para su transportación y desembarqué en 15 días en la ciudad de Puebla con Heine y Fedro. Heine reconoció enseguida a su amo, Fedro con lengüetazos a mi madre. Ya en su nueva casa volvimos a ser una familia. No obstante el carácter de Fedro se había endurecido hasta el punto de que en un ataque nervioso mordió a Heine. Fedro no era el mismo perro manso, se había mal adaptado o tal vez su percepción de la realidad cubana le había hecho un estrago enorme. Lo sacábamos a pasear diariamente a un parque muy bonito de la zona, mi padre con Fedro yo con Heine.

En agosto del 2007 fui seleccionada para cursar el doctorado en el Colegio de México. En ese lapsus de tiempo también cambiamos de casa para una dentro del campus de una universidad donde mi padre era profesor. Fedro tuvo relaciones con una dalmática de nombre Genevieve, pero no sabemos si nacieron crías. Mi vida cambió en todo sentido desde que obtuve mi doctorado en el Colmex, me alejaba de mis padres y de mis dos queridos perros. Me esperaba la megalópolis: Ciudad de México; reintegrarme a la vida académica que había dejado en La habana, en enero del 2005, cuando pedí la baja de la universidad de La Habana. En el 2008 murió Heine de un ataque del corazón. No lo pude despedir, pues me encontraba en el DF. Lloré mucho la pérdida del Dudy, así le llamaba. Decidimos incinerarlo y guardar sus cenizas. Fedro ahora era “el rey de la casa”. En 2008 mi padre cesa en la universidad de las Américas y sale del campus a una casa que afortunadamente tenía un amplio patio. Fedro estaba feliz, siendo el objeto de la adoración de mis padres. Cada día, además, paseaba por los alrededores. Y también cuando yo iba los fines de semana o en vacaciones. Una vez salí con Fedro y una perra pastora alemán lo mordió en el lomo, aprendí a inyectar y yo misma lo cuidé hasta que se puso bien.

¿Cuál suerte nos esperaba en septiembre del 2009? Cruzamos la frontera a pie con la virgen de la Caridad del Cobre y a Fedro lo envíamos por Continental a casa de mi hermana a North Caroline. La casa de mi hermana tenía un patio extenso y el frío no le importaba a Fedro. Todo lo contrario, le gustaba, quizás por sus ancestros en los Cárpatos... Salía como una cohete al amanecer, tras las ardillas...

fedro 350De North Carolina me fui sola para Miami. Mis padres me siguieron tres meses después con Fedro, por carretera. Vivimos unos días en casa de un amigo de mi padre. Luego nos mudamos para un apartamentico. Vino la “insoportable levedad del ser”, la pesadilla del hacinamiento. No obstante, Fedro fue acomodado en la entradita y sus paseos tres veces al día no fueron interrumpidos Yo estaba a tiempo completo en la casa, ya que no quería trabajar en Estados Unidos hasta no terminar mi doctorado. De enero a julio del 2010 vivimos en ese espacio reducido, que tanto contrastaba con la casa de Heredia 109 en La Habana. La emigración, dicen, es un paso oscuro en el vacio.

En julio nos mudamos para un apartamento. Por primera vez en Estados Unidos tuve cuarto propio, como decía Virginia Woolf en Habitación propia. No obstante, solo estuvimos allí hasta septiembre, porque apareció una casa en Miami Springs y sin pensarlo dos veces nos mudamos, a pesar de la alta renta y también pensando en la comodidad de Fedro, ahora entre lagos y paseos hasta el cercano campo de golf. Llegó el 2011 y en marzo, según nuestra costumbre diaria, paseaba a Fedro, tras sus hocicazos en mi cara para que acabara de ponerle el collarín, corriéramos... Iba como a la una de la tarde cuando de repente un perro labrador se lanza contra Fedro. Para colmo a Fedro se le suelta el collar y se avalancha contra el labrador. Sin pensarlo me tiro a separarlos, pues ya estaban mordiéndose. No pude. La violencia era diabólica. Empiezo a gritar y sale un vecino con un fusil y le dispara al labrador, hiriéndolo de muerte. Todos los vecinos salieron ante los alaridos. Vino la policía y una ambulancia, la prensa... Yo presentaba la herida de un colmillo encajado en el brazo izquierdo y otras magulladuras en la cara y los brazos. No supe a ciencia cierta cuál de los dos perros me mordió, si Fedro en su turbación o el labrador escapado de su casa.

Desde ese marzo del 2011 mi mente se turbó, al punto de que cuando saco a hacer sus necesidades a Fedro por las calles aledañas a mi casa, temo que me salga otro perro como el labrador... Y desde diciembre del 2011 hasta hoy se me ha agudizado el miedo, al ver varios perros sueltos. Y lo peor es que quieren venir a olfatear y jugar con Fedro. No lo sé. Son animales impredecibles. No dejo que se le aproximen y enseguida aprieto el collar y me voy con Fedro a la otra acera. El collar rojo de Fedro lo traje de México, donde vi muchos perros abandonados, en contraste con otros tan bien cuidados como aquí. Ya sabemos que así es el mundo: desigual con las personas y los animales el más fiel amigo del hombre… Las diferencias las marcamos con el día a día. Mientras tanto Fedro observa que el minotauro se iba, rápido encontró el hilo de Ariadna y la convenció que en lo indomable está lo domable siempre y que los exilios son solo desdoblamientos del ser, ponche de deseos.

Los apuntes anteriores de mi diario cierran el 13 de febrero del 2011. Hoy 20 de junio del 2016 partió Fedro Ernesto hacia el paraíso de los perros. Allí lo esperan Heine y Cuny, sus amigos. Murió tranquilo y en casa, de un infarto, en septiembre cumpliría 15 años. El mejor epitafio para mi Yi. Dice: “Hacia una historia interminable”.

Miami, 2016

Material enviado a Aurora Boreal® por Marta Fuentes y José Prats Sariol. Publicado en Aurora Boreal® con autorización de Marta Fuentes y José Prats Sariol. Foto Fedro Ernesto © cortesía colección provada José Prats Sariol.

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