Adiós a Ernesto Sabato

In memoriam
1911 - 2011
Hay libros que marcan un antes y un después en tu vida. Uno de esos libros fue El túnel de Ernesto Sabato que leí siendo muy joven, mientras buscaba, casi de manera angustiosa, las formas de expresión de esa inquietud permanente que me empujaba a la soledad. Resultaba contradictorio aislarse del mundo y, a la vez, sentirse plena de vida y dedeseos de experiencias. Pero así se presentaba el destino de quien eligía la escritura, siendo casi adolescente. Lo que más me atormentaba en aquella época era pensar que no tenía nada que contar, a pesar de sentir una imperiosa necesidad de escribir.
 

Por aquellos años descubrí El túnel que para mí fue una revelación. Bebí de un tirón la compleja y difícil historia de amor del pintor Juan Pablo Castel y de María Iribarne, en un estado de febril ansiedad, temiendo lo inevitable. Mientras leía el testimonio del artista atormentado, que empezaba confesando su crimen, me parecía que yo misma había vivido y escrito aquella historia que salía con una fluidez pasmosa y me dejaba en un estado de gracia. Convencida de que también podría escribir alguna vez un libro así, curaba mi frustración leyendo otros libros, en busca de historias cargadas de la vida, de las emociones que me faltaban.

Tengo un especial cariño a este libro sobre el que posteriormente di clases en la universidad lo que me permitió comprobar, una vez más, su poderoso influjo y su capacidad de motivar otras lecturas. Me impacto el encuentro de la pareja ante un cuadro que evoca la maternidad, el momento feliz en que hacemos parte de otro ser, mientras flotamos en una sustancia tibia, libres de la angustia existencial, y que da lugar a afirmaciones demoledoras: "Que el mundo es horrible, es una verdad que no necesita demostración", dice Castel. Ahí están los campos de concentración, prueba de la inusitada crueldad del ser humano y de su poder destructor. Pero no solo la crueldad, sino además la vanidad y la soberbia, son cuestionadas por el protagonista que persigue la pureza con obstinación, llevando ese deseo hasta las últimas consecuencias.

Los razonamientos de Castel, por lógicos que nos parezcan, no pueden conducirlo sino al error y al fatal desenlace del que nos hace partícipes desde la primera página de su testimonio. También la ambigüedad de María Iribiarne, con sus verdades a medias, tiene mucho que ver en el estado de ánimo del artista atormentado, carcomido por los celos. Allende, el ciego, se presenta como una barrera infranqueable y el sentimiento de impotencia mueve a Castel a la crueldad, mucho más al conocer el círculo en el que se mueve María, que le resulta de una frivolidad intolerable. El contacto con este mundo no hace otra cosa que confirmar sus teorías sobre el ser humano.

El encanto de esta narración emana no solo de unos personajes químicamente puros, sino de la atmósfera de una Buenos Aires cosmopolita a donde llegan los emigrantes europeos derrotados, en busca de oportunidades y en cuanto se les presentan las oportunidades de triunfo renace en ellos el orgullo y la vanidad, lo que confirma las teorías existencialistas de Castel.

Los personajes atraviesan lugares míticos de la ciudad, como las dependencias de la Sociedad Psicoanalítica, el banco de la Recoleta de la Plaza de Francia, la estación de Constitución, o el bar de la calle 25de Mayo, con su poder evocador. Estos espacios nos transmiten la atmósfera de una ciudad moderna en la que el individuo solitario convive con sus fantasmas, ante la sonrisa indiferente de quienes participan del bullicio de las calles y de las reuniones sociales. Allí las personas hablan, pero no se comunican, lo que resulta frustrante para Castel que, desesperado, busca la comunión con el otro, esa fusión que solo es posible antes de nuestro nacimiento.

¡Adiós, querido e inolvidable Sabato, y gracias por dar vida a María y a Juan Pablo, en aquellos diálogos que hicimos nuestros -somos palabra- y en los que vivirás, gracias a la magia de la escritura!

 

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Consuelo Triviño es doctora en filología románica por la Universidad Complutense de Madrid. Reside en España, donde ha sido profesora de literatura hispanoamericana. Está vinculada al Instituto Cervantes. Colabora con la crítica de libros del suplemento cultural «ABCD las Artes y de las Letras», del diario ABC. Obtuvo el primer premio en el Concurso Nacional de Libro de Cuentos de la Universidad del Tolima con Cuantos cuentos cuento (1977) y fue finalista del Premio Nacional de Novela Eduardo Caballero Calderón (1997). Ha publicado Siete relatos (cuentos), El ojo en la aguja (cuentos), Prohibido salir a la calle (novela) y La casa imposible (cuentos), Una isla en la luna (novela) además de libros de ensayo sobre autores como José María Vargas Vila, Germán Arciniegas, Pompeyo Gener y José Martí, entre otros.

 

Adiós a Ernesto Sabato enviado a Aurora Boreal® por cortesía de la escritora Consuelo Triviño Anzola. Foto de Ernesto Sabato tomada de http://mesmeeacuttita.wordpress.com/

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