Otto Campbell: el pintor de sí mismo

Otto Campbell fue el primer pintor Bartleby que yo conocí; y de manera personal, ese hecho causó un impacto en mi manera de entender cuestiones relacionadas con los accidentes, los equívocos y los enigmas de la vida.

Había en él un no sé qué de ultraje hacia la figura del artista que me fascinaba, era un desprecio consciente y finamente hilado para poder colocarse en el otro extremo de la fila, desde donde pudiera reírse de sí mismo y a la vez mofarse de aquellos que afanosamente perseguían el aura protector sobre sus cabezas que los distinguiría de los demás. No obstante, también pudiera ser que toda esa irreverencia de este pintor Bartleby no fuera más que una tomadura de pelo bien planeada o una gran boutade propia de los seres excéntricos.

Pero antes que nada, quiero aclarar que este trabajo pretende ser una necrológica extemporánea sobre Otto Campbell, quien falleció en abril de 1998; y este año que transcurre con el pasmo que le antecede al cataclismo, se cumplen ya largos veinte años de su partida. La necrológica como subgénero literario la entiendo, en un sentido religioso o hagiográfico, como la necesidad de rescatar su alma del mundo de los muertos. Creo que la peor muerte que uno podría recibir es la que se otorga cuando nadie nos recuerda. Yo quiero rescatar por un momento el alma de este pintor Bartleby, por el aprecio que le tuve, sin que llegáramos a formar parte del círculo de nuestros afectos. No tienen relevancia las disquisiciones sobre si lo que digo aquí es o no impreciso, porque mi intención no es documentar fechas exactas o verificar el contenido de conversaciones apócrifas, sino testimoniar la impresión que me causó al conocerlo. A estas alturas, ¿a quién demonios le interesa conocer la verdad?

Si echamos un vistazo a la obra de Herman Melville, Bartleby es el título de un relato y el nombre de su protagonista, publicado en 1851 en el volumen The Piazza Tales. Jorge Luis Borges, quien tradujo el relato, puntualiza en el prólogo de la edición en español que Melville define un género que hacia 1919 reinventaría y profundizaría Franz Kafka: el de las fantasías de la conducta y del sentimiento. Sin embargo, Otto Campbell en su condición de pintor Bartleby, añadió otra característica al género: la herejía en contra de la figura del artista. Con el paso de los años, Bartleby se convirtió en una categoría que es útil para clasificar al artista frente a la obra, o de otro modo también significa la renuncia no sólo para depurar la obra maestra sino hasta de abdicar de la idea para llegar a ser artista.

Bartleby es al mismo tiempo el arquetipo del hombre contrariado por las representaciones de un mundo áspero que lo reduce hasta la peor de las astenias. Después de Melville, la adversidad como tópico tomaría otro rumbo contrario al de la tragedia. La adversidad de Bartleby y el modo enigmático de renunciar al mundo con su “preferiría no hacerlo”, nos ha enseñado que la vida depende de fuerzas extrañas que socavan y manipulan nuestras voluntades.

Enrique Vila-Matas explica que Bartleby es un síndrome que viene de lejos y en la actualidad es un mal endémico de las literaturas contemporáneas: esta pulsión negativa o atracción por la nada que hace que ciertos autores no lleguen, en apariencia, a serlo nunca”. En Bartleby y compañía (2000), Vila-Matas elabora una lista sintomática de escritores y filósofos que se paralizaron ante la exigencia absoluta que demanda toda creación artística.

En esa lista aparece Ludwig Wittgenstein que sólo publicó dos libros: su Tractatus Logico-philosophicus (1921) y Philosophische Untersuchungen, editado póstumamente en 1953; aunque siguió insistiendo en la escritura, sus ideas quedaron contenidas en textos inconclusos o planes de libros que nunca publicaría. Por su parte, Arthur Rimbaud y Juan Rulfo también son miembros honorarios de ese club de excéntricos que abandonaron la escritura pública en medio de un halo de misterio. La forma de encarar el destino artístico de los escritores no hace la diferencia en el ámbito de los pintores.

En el último periodo de sus vidas, Paul Gauguin y Baltasar Klossowski optaron por el lienzo interior y el rencuentro con la memoria en lugar del trabajo arduo que les demandaba anegar en los lienzos imágenes de seres retraídos y profundamente melancólicos. El pintor Otto Campbell, nacido en Chihuahua en 1926, no eludió esa dura contienda con el designio del arte, que no tiene nada que ver con la inspiración sino con los caprichos de un Demiurgo juguetón. En los años finales de su vida, Campbell se le veía retraído del trabajo con el pincel; en vez de legarnos otros murales cargados de signos, cayó redondo en el nirvana de la literatura oral, donde lo ponderable es que su talento pictórico, sin embargo, siguió intacto, pero cuyo destino lo situó sin hostilidad en el mundo de los Bartlebys.

Conocí a Otto Campbell en la primavera de 1994. Un escritor fronterizo me invitó a la clase de filosofía impartida por el profesor Federico Ferro Gay, a la que Otto asistía regularmente como asistente de número, pues se sentaba en un sitio exclusivo a la diestra del maestro y fungía como una caja de resonancia sensitiva para el resto de los asistentes. Mi primera impresión de ese mañana fue ver a un hombre telúrico, dominado por una ebullición interior inagotable, razón por la cual irradiaba una personalidad sugestiva aliada de un temperamento teatral, en ocasiones de carácter estridente.

Nunca le escuché una opinión sobre la pintura en general, ni manifestarse por cierto tipo de género literario o tendencia filosófica, como uno espera de ciertos artistas, pero al hablar de otros tópicos transmitía una pasión fervorosa sin importarle su trascendencia. De algo estoy seguro, en cuestión de pintura o literatura, Campbell no confundía la anemia con el buen gusto. Así, para quienes lo escuchamos alguna vez, nos dejó claro su amor por la palabra devenida en jolgorio. Sabía muy bien que al hacer uso de la palabra, sus oyentes se convertían en parte de su “público”, que le demandaba guasa y ruido. Esto era por la manera en que transmitía ideas y ocurrencias, y muchos disparates, una manera de ser que definía su esencia: su rechazo hostil a todo protocolo, amante de la polémica y propenso al desacato de las convenciones más elementales de las relaciones humanas.

La clase del profesor Federico Ferro Gay tomaba lugar en un amplio salón de la torre de rectoría de la Universidad Autónoma de Ciudad Juárez (UACJ). Era una clase sabatina abierta para todo el público. Allí estuve esa mañana, y muchas más, para presenciar el teatro bochinchero y otoñal de Otto Campbell, entre encantadores de serpientes, diletantes mesiánicos, médicos in media res, periodistas galácticos, amas de casa conscientes de la santidad de la madre Teresa de Calcuta, poetas alquitranados, novelistas con obras inéditas, historiadores y profesores esotéricos, pero la mayoría con ánimos de reafirmar conocimientos, sin faltar--of course-- alguno que otro conocedor de la verdad absoluta. Como lo fue siempre, ese primer sábado presencié la charla en calidad de convidado de piedra. En un acto monacal, acerqué mi pequeña grabadora muy cerca del profesor Ferro Gay para perpetuar lo que charla deparara. Lo que a continuación trascribo es para confirmar una parte de ese mundo de sorpresas que pobló Otto Campbell:

PREGUNTA [hecha por una asistente, muy circunspecta]: Maestro, no sabe en qué quedó esa acusación que le hicieron a Carlos Fuentes hace poco, que había plagiado casi toda su obra de no sé qué autor.
FERRO GAY: ¿A quién plagió?
CAMPBELL [tercia oportunamente]: A Juan Gabriel.

Acercarse a Otto facilitaba vivir la experiencia del Verfremdung, concepto creado por el dramaturgo Bertold Brecht, que significa tomar un distanciamiento--intelectual, sensorial, epidérmico--de la representación presenciada, sin haber asistido al teatro. Por su técnica natural e improvisada, las ocurrencias de Otto Campbell no eran más que puestas en escena similares al teatro Bufo, de Darío Fo. El efecto era tal que no sólo te obligaba a la carcajada, sino cuestionar la representación de uno mismo en situaciones públicas o privadas; en ese mismo sentido, te persuadía a cuestionar el uso de nuestras máscaras, a dar por sentado que las máscaras han derruido el sistema binario, dado que al interactuar con los Otros tenemos que recurrir al uso de máscaras infinitas, una para cada contexto. Nada más que Otto siempre utilizaba la misma, lo cual no quiere decir que sus acciones eran siempre predecibles dentro de ese mundo al revés que le gustaba crear, como el siguiente caso entorno a la identidad de Sócrates y la orientación sexual de Platón:

FERRO GAY: Del mismo Sócrates se dice que si de él no hablara Jenofonte, que era un soldado y que por lo tanto no tenía prejuicios de ningún tipo, se podría dudar de su existencia. En cambio, Platón lo idealiza, porque la forma en que habla de él Platón, claramente, da a entender que se trata de una persona idealizada, o sea, de un modelo, no de una persona de carne y hueso.
CAMPBELL [interviene como compungido]: Pero Platón era homosexual, ¿no?
FERRO [categórico]: Jamás. Jamás.
CAMPBELL: Me enteré [enarcando las cejas; luego el estruendo: cuchicheos y carcajadas].

Después de la clase conversé con Otto sobre Chiapas y el tema del momento: el Subcomandante Marcos. Si mal no recuerdo, me quedé absorto de su monólogo una vez que le dije que era de Chiapas y que al guerrillero de pacotilla sólo lo conocía por fotos. Él habló del tema sin parar, hasta la extenuación, y a mí me produjo otro distanciamiento, de manera indirecta me hizo recapacitar que yo jamás llegaría a ser como Borges, Robert Walser, W. G. Sebald o Danilo Kis, mucho menos el Ché Guevara, y lo más cercano a mis posibilidades era llegar a ser regente de un burdel. Lo peor del caso es que llegué a la casa sintiéndome un alcahuete.

Muy superior a la mía fue la experiencia del escritor Juan Villoro cuando conoció a Otto Campbell por conducto del poeta y promotor cultural Enrique Cortazar. Villoro terminó escribiendo el guión de la película Vivir mata (2002), dirigida por Nicolás Echevarría. Como encarnación de Otto, en la cinta aparece Helmut, personaje interpretado por Emilio Echevarría, en lo tocante a la locuacidad y como pintor de talento que ha caído en prolongados periodos de sequía.

Por una persona cerca de Otto Campbell supe que él era pintor y había asistido a la Academia de San Carlos en la década de los cuarenta, siendo apenas un adolescente. Tiempo después, allí se convirtió en ayudante de Diego Rivera, lo que supone su formación en la estética del muralismo. Se dice que a los 19 años retorna a la ciudad Chihuahua, da clases de dibujo en una escuela primaria, contrae matrimonio y funda la Universidad de Chihuahua. Sin embargo, no hay artista Bartleby exento de adversidades.

En la década de los cincuenta, por cuestiones de honor, Otto Campbell asesina de dos disparos de revólver a un antiguo rival de amores, en un céntrico y concurrido café de la ciudad de Chihuahua. Una vez vengada la afrenta, de manera voluntaria se entrega a la policía. Este desenlace nos hace recordar la trama de La anguila (1998), del cineasta japonés Shohei Imamura. El personaje recibe una carta anónima diciéndole que su esposa lo engaña con un hombre que llega todas las noches mientras él anda de pesca. La carta la recibe justo antes de salir de su trabajo. En el trayecto a su casa, la lee una y otra vez. Duda del contenido, de ciertos detalles muy específicos que allí le revelan, pero la ira crece y lo doblega. Al llegar, su esposa le pregunta si se irá de pesca ya que en la radio anuncian mal tiempo para el resto de la tarde y noche. Como hombre de ritos que los cumple a cabalidad, prepara los artefactos de pesca, se deja besar por su esposa, quien no nota su frialdad, y se marcha a la playa. El sentimiento de ira vuelve. Les dice a sus amigos de pesca que se siente mal y por eso debe retornar. Al ver el coche blanco estacionado frente a la casa, confirma que la carta anónima tan llena de detalles pudo haberla escrito alguien muy cercano a él. Se acerca y a través de la ventana ve a su esposa gemir de placer. Entra con sigilo, empuña un filoso cuchillo y arremete en contra de su bella esposa; luego, como Otto, se entrega voluntariamente a la policía.

Encuentro en estos dos actos sangrientos, uno real y otro ficticio, muchas similitudes y leves matices de carácter cultural en cuanto a los conceptos de honor e infidelidad. Los dos hombres se dejan poseer por la ira, y cuyas ofensas deben resarcirse con la muerte del culpable. En el primero, Otto se entera de la traición por terceras personas y le da la razón a esas palabras aunque no tenga la oportunidad de probarlas en los hechos. Cree en ellas, pero en un joven de apenas veintidós años no tiene tiempo para meditar las consecuencias, entonces se ciega y mata a quien cree culpable. La reacción de Otto obedece a los patrones de un marco cultural heredado y también forma parte de la tradición literaria. De acuerdo a las piezas teatrales de los dramaturgos del llamado Siglo de Oro español, en las que se resaltan los temas de la infidelidad y el honor, el hombre indulta a la mujer de una muerte sangrienta, pero no perdona por ningún motivo la ofensa del varón —aunque la mujer no se haya resistido. En el segundo, el personaje de Imamura, testigo de su infamia, concibe el honor desde una perspectiva mística, sin que por ello deje de ser violenta, muy ajena a esa visión occidental posmoderna que estipula que la incompatibilidad de caracteres entre los cónyuges se resuelve con una expedita tramitación del divorcio. En la misma línea que Yukio Mishima, el cineasta Imamura tan fiel a esa tradición cultural no le concede el perdón a la mujer y cuya falta la tiene que pagar con su propia muerte. La comparación no fue otro pretexto para destacar la desdicha del pintor Bartleby, sino para subrayar que la vida siempre está plagada de equívocos.

Si como novelista cometió menos equívocos que como historiador, José Fuentes Mares no entendió que la abogacía es un trabajo que exige la imaginación de una mente matemática, que para una defensa todos los argumentos deben encajar perfectamente en vista de que el inculpado sume y no reste en su contra. Como su abogado defensor, Otto Campbell recordó los favores contraproducentes de Fuentes Mares. Mientras Ferro Gay debatía con una verticalidad envidiable el proceder de los historiadores de la antigüedad, y acto seguido empezaba a diseccionar el pensamiento de Tácito y Tito Livio, Otto Campbell intervino con otro petardo:

FERRO GAY: Cuando Tito Livio no tenía documentos al alcance de la mano, se los inventaba. El historiador debía de ser un creador; en efecto, casi un novelista. Allí, nuestro amigo Fuentes Mares habría tenido mucho éxito.
CAMPBELL: Fue mi defensor, maestro.
OTRO ASISTENTE [tercia en el asunto]: Se nota.
CAMPBELL: Ya estaba a punto de salir libre y no sé qué hizo Fuentes Mares que me condenaron ocho años, de los cuales pagué con cuatro.

Campbell, después de recibir su sentencia por homicidio calificado, logró convencer a las autoridades penitenciarias que lo trasladaran al penal de Ciudad Juárez, donde terminó de purgar su condena. Una vez que había obtenido su libertad, se consolidó como artista e inventó como pintor de caballete la técnica de resina natural y pinta su mural más importante titulado “Celebración de despedida de soltera”, que se puede apreciar en el interior del Centro Cultural Universitario de la UACJ. Asimismo, continuó con su activismo educativo, que fue relevante, puesto que se le considera como uno de los fundadores de la Universidad Autónoma de Ciudad Juárez.

A Otto Campbell se le debe cuestionar desde su obra pictórica, sus riegos, logros, sus caídas y propuestas estéticas. Pero hay en el pintor Bartleby un aura que lo distingue de su comunidad, lo cual nos autoriza que indaguemos en la subjetividad que irradia como figura del artista, una subjetividad que se vincula como una extensión de su propio trabajo y de sus obsesiones temáticas. Tanto a Villoro como a mí, nos impactó de Otto sus fantasías del sentimiento, de una intensidad de nigromante y de juglar urbano.

En el mural “Celebración de despedida de soltera”, que es la obra que lo define como artista, por un lado, Otto Campbell nos advierte que su propuesta radica en un compromiso ideológico beligerante en defensa de las causas nobles. Por el otro, nos sugiere mediante la mirada extraña y penetrante de la mujer el tema del deseo, que sería uno de los leit-motiv en su discurso estético. Considero que sus dibujos son superiores a todos sus murales, que es allí, mediante esa técnica, donde explora el tema del deseo con una monomanía fascinante, se aleja de lo colectivo para ingresar al mundo íntimo de la confabulación de la carne.

Sin distancias neumáticas, Otto nos brinda la oportunidad de observar que el verdadero mundo que habitó no es el opuesto al de esos seres que pueblan sus dibujos. Son seres dispuestos a que pase algo en esa zona telúrica en la que confluyen azar y adversidad; y sin pensarlo, como en las crónicas de Sam Shepard, nosotros como observadores de esos dibujos o los que tuvimos la oportunidad de escuchar las conversaciones de Otto Campbell, nos percatamos que el mundo que habitamos no es como creíamos.

En vez de explotar su imagen como artista, Otto eligió a Bartleby como paradigma. Optó por la simplicidad y la modestia, además prefirió practicar la mejor de las herejías confinando la imagen del artista al baúl de los desperdicios. La solemnidad y el boato eran atributos vulgares que Otto detestaba. Cuando el artista deja de hacer aquello para lo que fue favorecido, sin crear con la misma insistencia que antes, activa el enigma y prepara el terreno para las interpretaciones esotéricas.

 

antonio moreno 350Sobre Antonio Moreno-Montero
México, 1969. Ensayista, narrador, cronista y colaborador en suplementos culturales, revistas y periódicos en Ciudad de México, Colombia, España, Estados Unidos, Dinamarca y Francia. Es profesor—investigador en The University of Texas—Permian Basin (UTPB). Ha escrito Querida Margot (relatos, 2018); Deseos de comunidad: el personaje intersticios en la novela y el cine de los noventa en México (ensayos, 2016) y una compilación de crónicas: Road to Ciudad Juárez: crónicas y relatos de frontera (2014). Ha compilado también Acercamientos a la narrativa de Luis Arturo Ramos( 2005). Finalmente, prepara tres compilaciones más: Ensayos sobre las maravillosas hazañas y extrañas aventuras de un superhéroe mexicano (ensayos); Crónicas escandinavas (junto con Julio Jensen), y Crónicas de Campus Visit.

Material enviado a Aurora Boreal® por Antonio Moreno. Publicado en Aurora Boreal® con autorización de Antonio Moreno. Todo el material fotográfico de la obra de Otto Campbell cortesía © Antonio Moreno. Material fotográfico  de la obra de Otto Campbell publicado con autorización de Antonio Moreno. Fotografía Antonio Moreno © Lorenzo Hernández.

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