Poetas suizos - Anne Perrier

Anne perrier caratula 250Poetas suizos - Anne Perrier
Selección y traducción Mario Camelo
© Anne Perrier - Mario Camelo
© Editorial Aurora Boreal® ebook
Poesía
Páginas 79
2015

Foto carátula  © Mario Camelo
Diseño de la colección Leo Larsen

 

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En torno a la poesía de Anee Perrier
Anne Perrier nació en Lausanne, Suiza, en 1922. Poetisa de lengua Francesa. Su primer libro data de 1952: Selon la nuit. Entre esta fecha y 1994, publica: Pour un vitrail; Le Voyage; Le Petit Pré; Le temps est mort; Lettres perdues; Feu les oiseaux; Le Livre d’Ophélie; La Voie nomade; Les Noms de l’arbre; Le joueur de flûte. En 2012 ha sido distinguida con el Gran Premio Nacional de Poesía en Francia, concedido por el Ministerio de la Cultura. Su poesía ha sido traducida al albanés, alemán, castellano, chino, italiano, japonés, rumano, polonés, portugués y en lengua vietnamita.
Muchos son los estudios que han sido consagrados a esta escritora tan modesta, casi oculta. El poeta Philippe Jaccottet la llamó “La escuchadora”. En efecto, estar a la escucha del milagro discreto, de lo cotidiano y banal, define la sensibilidad de Anne Perrier, absorta en la realidad y presencia de las cosas, (un jardín, un árbol, una hoja, el sol declinando, el agua que fluye), por las que pasamos sin detenernos, a la poetisa, en su silencio, parecen desvelarle su esencia, su substancia, el milagro de estar allí, acompañándonos, ligeras y mortales como nuestros propios pasos.
Asombrada y maravillada de lo existente, la suya es una poesía que constata y nombra. Sus versos son ecos de su interior, que comunican, sin referencia a nada, salvo a la propia experiencia de lo vivido, de lo sentido. De allí su simplicidad desconcertante.
Jean Marie Beaud nota que su obra inclina a la meditación, sin ser filosófica: “...meditar es leer y releer, recoger y recogerse, es decir reunir, tomar un tiempo para prolongar en el interior de nuestro espíritu las sugestiones del texto”. Textos, algunas veces tan breves que “no es que sean obscuros o herméticos, por el contrario, se ofrecen con una simplicidad tal que parecen una evidencia”.
El poeta Pierre Voélin, de una generación posterior a la poetisa, refiriéndose al libro Les noms des arbres, afirma: “Lo que me parece notable en Anne Perrier, es su voluntad de nombrar de nuevo los árboles (acto que le correspondió al Adam de los orígenes, recordemos, un acto que pertenece por derecho al poeta), es la calidad de la atención, una atención nueva que hace vibrar esas figuras como símbolos, símbolos vivos.
Un poco como si se tratara, una vez más, de responder por cada cosa, por todas la cosas, en este caso los árboles, formas únicas y plenas, pero no a la manera de Francis Ponge, es decir, no como si se tratara de un juego, sino como ejercicio de responsabilidad hacia el mundo, de la misma manera que en la vida respondemos por todos aquellos a quienes amamos. El mismo ejercicio de atención que conduce al reconocimiento, a la amistad, al amor.
Un ejercicio de atención que consagra la alteridad.
Por momentos los poemas de Anne Perrier se acercan a la forma del hai-ku japonés, o de los abhanga indúes, en el intento de traducir lo inefable, sostenida por el ritmo, que tanto obsesionó a Hölderlin en sus últimos delirantes días. No obstante es una poesía concreta: “Adosado al cielo/ grandioso y solo/ como los reyes y el sol están solos”, o bien: “Ella duerme, Ofelia/ al fondo de mármoles verdes/ de oro llenas las pupilas/ y en su corazón el mar”.
Rilke en la novena elegía escribe: “Tal vez estamos aquí para decir: casa, puente, fuente, portal, cántaro, huerto, ventana, aún más: columna, torre…? pero, compréndeme, decir las cosas como jamás ellas creyeron ser íntimamente…” Parece ser éste el credo de Anne Perrier, sorprender las cosas en su secreto más íntimo, el mejor guardado por ser acaso el más numinoso, detentor de las llaves y las claves de lo existente. Pero de lo existente relacional, no metafísico, es decir, de la interacción entre el objeto —a través de la íntima belleza de su naturaleza—, y la sensibilidad del poeta —elevada a la sensibilidad universal del hombre—, vista y vivida desde su conciencia de la finitud. De allí el canto como celebración de lo viviente, de lo existente, y de su precariedad.
Todo en Anne Perrier afirma la experiencia del tiempo en el amor por los seres y las cosas, comprueba, además, que la luz es tan espléndida y frágil, como espléndido y frágil es el silencio de su ausencia. De ahí, como señala Jean Marie Beaud, la tensión permanente, a veces trágica, en su poesía.
Cada poema, entre la luz y la tierra desgrana su palabra, lo más límpida posible. Y podemos escucharla como en una conversación cotidiana, sin acentos ni gesticulaciones, sin teatralidad; como quien verifica, sin más, al poner en claro lo evidente.
Brancusi concebía la labor del escultor como un acto revelador de la esencia cósmica de la materia, donde el trabajo de pulir se emparentaba más a un ejercicio espiritual, que estético.
Así la poesía de Anne Perrier, fluida, esencia de vuelo, ascética.

Mis agradecimientos al Dr. Fabio Rodríguez Amaya y al poeta Pierre Voélin, lectores y correctores, cuya paciencia y colaboración fueron invaluables.

Mario Camelo

 

 

anne perrier 350Anne Perrier
Lausanne, Suiza, 1922. Poeta y escritora. Obras: Selon la nuit (1952), Pour un vitrail (1955), Le voyage (1958), Le petit pré (1960), Le temps est mort (1967), Lettres perdues (1971), Conte d'été (conte, 1975), Le livre d'Ophélie (1986), La voie nomade (1986) y Le joueur de flûte (1994).

 

Foto Anne Perrier © tomada de interent

 
 

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