Sherlock y Saga: la venganza del Asperger

No hay que ser un experto en Foucault para entender que las enfermedades (y muy especialmente las psiquiátricas, por ejemplo el síndrome de Asperger) son construcciones discursivas. Más precisamente, me atrevería a conjeturar, objetos dentro de ciertas “formaciones discursivas”. Se toman algunos “síntomas”, se los reúne, a veces separándolos de un conjunto mayor (en este caso, el “espectro del autismo”), y se inventa la enfermedad. Así como, tomando y reuniendo ciertas prácticas sexuales concretas —muy diferentes entre sí, pero quizás muy parecidas a otras que quedan “afuera”—, se inventa al homosexual y la homosexualidad.

¿Para qué? Toda teleología es una vía peligrosa, pero hay varias evidencias. La más obvia: desarrollar y vender medicamentos específicos para esa enfermedad recién “descubierta”. Medicamentos que, luego de algún tiempo, serán cuestionados (pensemos en la mortífera ritalina, recetada casi como una golosina para el síndrome de hiperactividad, un ejemplo paralelo al del Asperger), e incluso prohibidos, lo cual a su vez generará una cascada de juicios, etc. Lo libre del “mundo libre”, quizás, no sea el mercado, sino la posibilidad ilimitada de llevar a juicio literalmente cualquier cosa. La infinita capacidad de destrucción y construcción permanentes del capitalismo, que supuestamente elogiaba Marx, ahora parece limitarse a lo que pasa en los tribunales de “oscuras regiones” (la expresión es de Bush Jr. para referirse a Medio Oriente, la cuna del mundo según su propia religión, pero podría aplicarse también, por ejemplo, a Florida, cuya Corte le regaló su primera presidencia).
En este sentido, al manual de los psiquiatras norteamericanos, el celebérrimo DSM-x (imprescindible para diagnosticar y recetar en vistas tanto de la cobertura de la medicina privada como de futuros juicios por mala praxis), le pasa como al diccionario de la Real Academia tal como citaba Borges: “Cada edición (va por la V) hace lamentar la precedente”.
Otra finalidad posible nos reenvía al buen Michel (que murió, y quizás mató, con la enfermedad paradigmáticamente discursiva, en ese momento “mortal”, ahora “crónica”): generar discurso. Las enfermedades “nuevas” son máquinas discursivas que producen sin cesar: libros, papers, artículos en medios masivos, sitios de internet, ponencias en congresos, speeches para visitadores médicos. Una enorme fuente de trabajo, por otra parte. Incluyendo series de televisión.
Así como hubo una (larga) época de protagonistas que eran criminales “simpáticos” —Tony Soprano, Hannibal Lecter, Dexter Morgan, Walter White—, parece que ha llegado el momento de los autistas. Quién sabe cuánto durará y seguramente hay otros ejemplos, pero por ahora me interesa hablar de un par de series recientes cuyos personajes han sido asociados a ese síndrome llamado de Asperger: la británica Sherlock Sherlock y la sueco-danesa Broen/Bron (El puente).

Pablo Valle. (Argentina 1961). Es profesor en Letras por la Universidad de Buenos Aires. Enseña Semiología y Análisis del Discurso en el Ciclo Básico Común, y Problemas de Literatura Latinoamericana en la Facultad de Filosofía y Letras (cátedra de David Viñas). Es editor, corrector, redactor, traductor y ghost writer. También fue crítico de cine (en la revista La vereda de enfrente). Ha publicado Simulacros (cuentos, 1985), Ángeles torpes (novela, 1995), Yo, el templario (novela, seud. Paul Mason, 2006), y tiene otras dos novelas inéditas, Los crímenes de la calle Barthes y La carta de Rozas. Autor de los libros didácticos Guía para preparar monografías (1997, 2008, con Ezequiel Ander-Egg; varias ediciones) y Cómo corregir sin ofender (1998, 2001). Durante 20 años fue editor general en el Grupo Editorial Lumen. Samuráis quiere ser su próximo libro. Killers es una coleccion de relatos en preparaciónMás que asociado, de hecho, el tema del Asperger parece formar parte de una estrategia de márketing, como se dice ahora, viral. (De hecho, en las series nunca se menciona la palabra, pero al Asperger algunos especialistas lo llaman a veces, casi obscenamente, “autismo de alto rendimiento”, y el moderno Sherlock es, en sus propias palabras, un “sociópata altamente funcional”, expresión bastante equivalente.) Ver, por ejemplo, este reportaje a la actriz Sofia Helin, que interpreta bellamente a la policía sueca Saga Noren, de El puente (“—Your character has Asperger’s. Did you research it for the role? How did you go about conveying it onscreen? —Yes, I did. I read about it. It was hard to pull it off because as an actor you always use your emotions”, etc.).
Basta buscar en Google “Sherlock + Asperger”, “Saga + Bron + Asperger”, etc., para encontrar los habituales “debates” al respecto (uno aquí). En el caso de Sherlock, claro, no sólo se refieren a la serie de la BBC, sino también, en general, al personaje de Conan Doyle en la que ella se basa. En este sentido, tampoco hay que olvidar el extravagante diagnóstico retrospectivo, póstumo, de personajes reales, “genios”, desde Leonardo Da Vinci y Newton hasta Glenn Gould y Einstein. Sería raro que a alguien no se le haya ocurrido incluir a don Quijote en esta serie (no lo voy a buscar, pero quizás vuelva sobre esto). Por suerte —para ellos y para nosotros—, los mencionados ya no están a tiro de la medicación automática.
En mis épocas de editor, tuve la ocasión de publicar varios libros sobre estos temas, entre ellos uno excelente: “Los otros dicen que no estoy”. Autismo y otras psicosis infantiles, recopilado por Velleda Cecchi (el título fue idea mía, basada en la frase de un paciente real; por eso lo estoy mencionando en realidad, se ve que en algo me involucraba). Pero por ahora no voy a recurrir a ese tipo de bibliografía. En cambio, no quiero privarme de empezar utilizando ampliamente la Wikipedia, porque es útil en sus términos, y también, por qué no, hasta divertida en lo ingenuo —e inadvertidamente risible— de su objetividad (“Por otra parte, los adultos con Asperger con un compromiso socioemocional pequeño se casan, obtienen títulos universitarios y mantienen empleos. [cita requerida]”). Voy a glosar el artículo in extenso, intercalando algunas reflexiones sobre Sherlock y Saga Noren.
“El síndrome de Asperger o trastorno de Asperger —nos dice la enciclopedia de la posposmodernidad— es un conjunto de problemas mentales y conductuales que forma parte de los trastornos del espectro autista. Se encuadra dentro de los trastornos generalizados del desarrollo... La persona afectada muestra dificultades en la interacción social y en la comunicación de gravedad variable [sic], así como actividades e intereses en áreas que suelen ser muy restringidas y en muchos casos estereotípicas”. Esto se aplica tanto a Sherlock como a Saga. Ambos son obsesivos con su trabajo (policial), y prestan muy poca atención a todo(s) lo(s) demás. En lo estereotípico hay un componente TOC, también muy de moda. No se les puede cambiar de lugar sus cosas, aunque cuando esto sucede Sherlock suele advertir elementos significantes para la trama, mientras que en Saga es más que nada un dato definitorio sobre su carácter (ver su reacción cuando el novio se instala en su casa y “ordena”).
“Según la definición plasmada en las conclusiones del Segundo Congreso Internacional sobre el síndrome de Asperger, realizado en Sevilla en 2009, se trata de una discapacidad social de aparición temprana, que conlleva una alteración en el procesamiento de la información. La persona que lo presenta puede llegar a tener una inteligencia superior a la media... Los sujetos diagnosticados con Asperger presentan ciertos estilos de procesamiento cognitivo alternativos muy particulares, mostrando particularmente la capacidad de observar y señalar detalles que escapan a la mayoría de las personas neurotípicas, y, con frecuencia, habilidades especiales en ciertas áreas del procesamiento”. Procesamiento de la información: tanto Sherlock (por supuesto) como Saga tiene una alta capacidad para la observación de detalles y para la inferencia (la “ciencia de la deducción”, la llama él, aunque —como han observado Eco y otros— quizás se trate más bien de abducción, en el sentido que le da Peirce a esta tercera forma de argumento, uno por analogía, aproximativo, hipotético, creativo.
“Las personas que no son autistas (neurotípicas) poseen un sofisticado sentido de reconocimiento de los estados emocionales ajenos (empatía). La mayoría es capaz de asociar información acerca de los estados cognitivos y emocionales de otros basándose en pistas otorgadas por el entorno y el lenguaje corporal de la otra persona. Las personas con síndrome de Asperger no poseen esta habilidad, es decir, no son empáticas; se puede decir que tienen una especie de ‘ceguera emocional’. Para las personas más severamente afectadas puede resultar imposible incluso reconocer el significado de una sonrisa o, en el peor de los casos, simplemente no reconocer ningún otro gesto facial, corporal o cualquier otro matiz de comunicación no verbal. Del mismo modo, el control voluntario de la mímica facial puede estar comprometido”. Esto es clave, sobre todo para Saga: la incapacidad de empatía, de contacto emocional con el otro (e incluso consigo misma); su lenguaje no verbal, estereotipado, está magistralmente desarrollado por Sofía Helin, seguramente muy bien entrenada para eso; jamás sonríe, siempre está mirando con ojos penetrantes pero ligeramente desconcertada, se cambia de ropa delante de otros, sus movimientos tienden a ser rígidos. En cambio, para Sherlock, podríamos matizar: heredero del caballero Dupin de Poe, muchas veces el detective de Baker Streer 221B debe “ponerse en el lugar del otro”, del criminal, para saber cómo piensa, qué va a ser, quién es. Pero ya veremos que esta forma de “empatía” es muy particular, más bien paradójica.
“Las personas con SA en general son incapaces de ‘leer entre líneas’, es decir, se les escapan las implicaciones ocultas en lo que una persona le dice de forma directa y verbal, y poseen una discapacidad semántica que les impide procesar o generar mensajes con significados ambiguos o simultáneos que son comunes en la conversación, siendo a veces inconscientes de la existencia misma de esta dimensión del lenguaje, si bien, con el tiempo, pueden llegar a entenderla. Estas circunstancias conllevan numerosos problemas durante la infancia y la vida adulta. Cuando un maestro pregunta a un niño con Asperger que ha olvidado su trabajo escolar ‘¿Qué pasa, tu perro se comió tu tarea?’, el niño con Asperger permanecerá silencioso tratando de decidir si debe explicar a su maestro que él no tiene perro y que, además, los perros no comen papel. Esto es, el niño no comprende el sentido figurado de la pregunta, o no puede inferir lo que el maestro quiere decir a partir de su tono de voz, postura o expresión facial. Ante tanta perplejidad, el niño podría responder con una frase totalmente sin relación a lo que se está hablando (como por ejemplo, ‘¿Sabe que mi padre se ha comprado un ordenador nuevo?’). Ante esto, y la falta de detección del síndrome de Asperger, erróneamente el maestro podría concluir que el niño es arrogante, insubordinado o ‘raro’”. Una perfecta descripción de las reacciones de Saga ante el lenguaje figurado, sobre todo cuando se refiere a las “reglas de cortesía” social: no entiende, cambia de tema, se va; Martin, su colega danés, actúa, en este sentido, tanto como un maestro de vida cuanto como un intérprete de las señales intersubjetivas que ella no puede decodificar. Le enseña a saludar, a agradecer, a felicitar, etc. Incluso, a decir mentiras piadosas (“a veces hay que decirle a la gente lo que quiere escuchar, no la verdad”). Pero esto último se le puede volver en contra, ya que, si Saga aprende a mentir, no siempre podrá confiar en lo que ella diga.
“En términos generales [los pacientes afectados por el síndrome de Asperger] son atraídos por el orden y la clasificación de las cosas”. Está de más recalcar lo útil que es esto para el trabajo policial. Sí es más interesante recordar que Sherlock Holmes utiliza el método mnemotécnico llamado “palacio de la memoria” o “palacio mental”, de origen renacentista, que consiste en crear un espacio imaginario en el cual se van situando los objetos de conocimiento; un principio de clasificación (de una ciencia pero también, en el límite, del mundo), siempre arbitraria pero que sirve para recuperar esos “objetos” cuando se los necesita en la conciencia. Este método también es un sistema de autocontrol, y hasta de bilocación, lo que hoy se conoce en cognitiva como “visualización”. De esta forma lo usa Sherlock en el último capítulo de la tercera temporada; y también el doctor Hannibal Lecter cuando es torturado, en la novela epónima. (Pero esto, prometo, será tema de un artículo próximo.)
“Cuando estos intereses coinciden con una tarea útil desde el ámbito material o social, el individuo con Asperger puede lograr una vida ampliamente productiva. En la carrera por dominar su interés, los individuos con Asperger a menudo manifiestan un razonamiento extremadamente refinado, una gran concentración, una actitud perfeccionista y una memoria tenaz”. Y aquí se ve la utilidad social del pobre Asperger: no lo discriminemos, ¡usémoslo!
“Posiblemente, el aspecto más disfuncional del síndrome de Asperger sea la ausencia de empatía demostrada. Los individuos con SA experimentan dificultades en aspectos básicos de la interacción social, lo que puede incluir dificultades para forjar amistades”. Queda muy claro (episodio de la boda de Watson) que éste es el “único amigo” de Sherlock Holmes; la misma expresión que usa Saga respecto de Martin, en el último, terrible, episodio de la segunda temporada, luego de un peculiar razonamiento, “típicamente Asperger”: “Cuando revisaste mi expediente, me dolió más que cuando Jakob me dejó, así que me doy cuenta de que eres mi único amigo”. La amistad (un contacto más íntimo —más peligroso— que el sexo) se identifica porque duele.
“Una persona con SA puede iniciar un discurso unidireccional y prolijo sobre su tema favorito, malinterpretando o no reconociendo correctamente las reacciones o los sentimientos de sus oyentes, como por ejemplo, la necesidad de privacidad o la prisa por irse. Estos fracasos a la hora de reaccionar de forma apropiada ante una interacción social pueden ser interpretados como una falta de atención a los sentimientos de los demás, dando una imagen de aparente insensibilidad”. Tanto Sherlock como Saga son acusados de no ser humanos, de ser “como robots”; sus necesidades, sus objetivos siempre están primero. Lo que no siempre puede reconocerse es el inmenso dolor oculto detrás de ello (mucho más desarrollado en Saga, claro, que en Sherlock, que más bien se presenta como un entretenimiento de lujo, no muy compatible con profundizar existencialmente, como intenta hacer El puente).
Exprimida la querida Wiki, pasemos a otra visión un poco más compleja.
Martín Egge, en “La brújula del psicoanálisis en el tratamiento del niño autista”, reinterpreta, con Lacan, “todo lo que los cognitivistas etiquetan como dificultad de socialización y de comunicación como una gran dificultad por alcanzar al Otro simbólico del reconocimiento. El otro, situado en la línea imaginaria, permanece elidido a excepción de algunos momentos de necesidad, en los que el autista se sirve del otro como si fuese la prolongación de su brazo o como si el otro estuviera situado en una relación dual simbiótica”.
En efecto, curiosamente, la famosa “falta de empatía” encuentra su otra cara en la (búsqueda de) simbiosis: “Con frecuencia, el niño autista tiene una relación simbiótica, de alienación con una persona. Pero hacia el resto del mundo se comporta con completa indiferencia”. De ahí la extrema necesidad del “ayudante-amigo” (Watson), o incluso del “colega-amigo-mentor” (Martin): ratificación, pero también aprendizaje (estas series, como tantas, son también bildungromans); podríamos intercalar aquí la prometida reflexión sobre el Quijote, pero por razones de espacio (y de obviedad) se quedará en mención solamente.
El partenaire exigido por el autista debe sentir curiosidad, incluso admiración por él, pero no ser demasiado intrusivo. Estar cerca y lejos al mismo tiempo (quizás, en dos niveles distintos). Al fin y al cabo, dice Egge, “si el otro intenta imponerse, la relación dual pasa al duelo; el sujeto autista le ataca con el intento de ‘regularlo’” (cabría resignificar así el final de la segunda temporada de Bron, que por razones obvias no puedo contar acá; y también, la ambigua relación de Sherlock con su hermano Mycroft).
Como ya hemos visto, “ellos crean autónomamente reglas muy rígidas, en lo que respecta al espacio, a los objetos puestos siempre en el mismo sitio y, en el tiempo, a través de las repeticiones…”. Pero ¿qué se ve en esto? “Su búsqueda por poner un orden simbólico en este mundo caótico, aunque sin recurrir a nadie más que a sí mismos. Pero también este auto-orden creado se vuelve a menudo en contra del autista: si bien durante un tiempo da una cierta estabilidad, en el momento en que el sujeto percibe estar sometido a la propia ley, de la que no puede prescindir, resurge la angustia”. De aquí que Saga llore (por única vez) cuando comprende que no ha podido retener a su novio; por eso, Sherlock está siempre huyendo y “muriendo”, reinventándose para encontrarse, siempre otra vez, siendo él mismo.
“¿Cómo, entonces, introducir al Otro simbólico —continúa preguntándose Egge—, aquel que ordena en un modo predecible y desangustiante, cómo crear una ‘aletosfera’, una atmósfera pacificante, que es la base para hacer salir a los niños encerrados como si estuviesen dentro de una concha, y da alivio a lo angustiante en la confrontación con un mundo vivido como amenazante y persecutorio? ¿Cómo introducir este tercero, que representa el orden simbólico como tal, un orden que da un lugar también al sujeto autista, una ley que no sólo prohíbe, sino que dice ‘sí’ al sujeto?” La respuesta, en nuestro caso, puede ser transparente, en la medida en que reenvía a los fundamentos estructurales, simbólicos e ideológicos del género policial, muy frecuentados en la bibliografía disponible. El orden es, literalmente, el de la Ley, el de las leyes. Por supuesto, no es exactamente lo mismo en Saga que en Sherlock; si la primera es presa de lo más formalista (y hasta burocrático) del ordenamiento legal, Sherlock encuentra en la permanente transgresión de este primer nivel un orden de segundo nivel, superior, supuestamente propio, pero igualmente estructurado y, por lo tanto, tranquilizador sólo hasta cierto punto.
Que es lo que el entrañable Martin Rohde, por caso, no puede hacer; él transgrede todo el tiempo, pero paga un alto precio por cada uno de sus errores: no tiene el privilegio de ser “un Asperger”.

Nota: el artículo anterior pretende ser un análisis formal e ideológico de dos series televisivas de la actualidad. De ninguna manera se refiere centralmente al síndrome de Asperger en tanto padecimiento real de muchas personas.

Sherlock y Saga: la venganza del Asperger enviado a Aurora Boreal® por Pablo Valle. Publicado en Aurora Boreal® con autorización de Pablo Valle. Foto Pablo Valle © SIlvia Tombesi.

 

 

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