Crímenes municipales Darío Ruiz Gómez

crimenes_municipales_001Si las ciudades tienen su narrador, por ejemplo, París a Proust, Dublín a Joyce, Buenos Aires a Mallea y Nueva York a Paul Auster... Medellín también cuenta con el suyo. Podría decirse que es Fernando Vallejo, pero no sería exacto, por cuanto el mundo Vallejo, aunque se sitúe en Medellín, pertenece más
a sus demonios particulares. Tendríamos que preguntarnos entonces en qué consiste "narrar una ciudad". Si se trata de ver, más allá de la historia y lo anecdótico, la evolución de ese organismo vivo que es un centro urbano, con sus cambios a lo largo del tiempo; si se trata de delimitar sus contornos, de transitar por sus calles, de perderse en sus laberintos, de explorar en las grandes superficies tras el sueño consumista, e incluso de rebuscar en los vertederos de basura, o de penetrar en la intimidad de sus casas, de captar los rasgos de sus personajes, entonces Darío Ruiz Gómez es el narrador de Medellín. Sus ficciones no nombran la ciudad de Medellín, pero la dibujan con finas pinceladas, ofreciéndonos su nítida fotografía en instantes consagrados para la memoria. Sus diez libros de narrativa y sus numerosos ensayos sobre estética y urbanismo, le otorgan esa distinción.

Reconocido por la crítica especializada que ha sabido apreciar su habilidad narrativa no sólo por el dominio de las técnicas, que en su caso rompieron moldes y estereotipos costumbristas en la narrativa hispanoamericana, sino por su capacidad de bucear, como diría el crítico Isaías Peña, "en el alma del país urbano y marginal que despertaba a la industrialización". Pero más allá de la ficha, algo imprecisa, que este crítico elaboró sobre él, conviene subrayar el hecho de que su obra obedece, ante todo, a criterios estéticos, a una noción de la belleza que se expresa de manera diáfana y fluida en su poesía, en trozos como este tan vinculados al paisaje urbano: "En esta parte de la ciudad el tajo de la avenida -sin árboles, sin bancas. Sin jardineras- ha perdido casas, solares, ha roto brutalmente la continuidad de los espacios, el nombre de las gentes y los ha lanzado sin piedad a la diáspora. Muros leprosos, solares melancólicos, excrementos, basura hedionda. La relación con el cielo se ha roto también pues el espacio de los patios al desaparecer se ha llevado las confidencias de los astros, el reclamo de las estrellas fugaces, la señal necesaria de la cruz del sur". La muchacha de la leyenda.
Buceando en la literatura, con un vasto horizonte de lecturas que nos abruma, Darío se ha mantenido fiel a la literatura, sin caer en los determinismos. El escritor Umberto Valverde señalaba en él una vocación "narrativa que se erige a partir de experiencias concretas, elaboradas literariamente con una gran mesura y conciencia", porque su condición de poeta orienta su mirada, gracias a una asombrosa capacidad de encontrar la belleza en el horror de la ciudad, en la violencia que se cobra vidas por venganza, odio, envidia y rencor. Pero más allá del odio, de la orgía de sangre, el narrador es capaz de encontrar la belleza, una belleza quizás agónica e inútil, casi trágica, como la del muchacho ausente alrededor del cual se sacia la turba frenética, arrasando con el edificio que la riqueza soberbia ha levantado para humillar a los miserables, como ocurre en el cuento titulado "El muchacho". Consuelo Triviño Anzola. Es doctora en filología románica por la Universidad Complutense de Madrid. Reside en España, donde ha sido profesora de literatura hispanoamericana. Está vinculada al Instituto Cervantes. Colabora con la crítica de libros del suplemento cultural «ABCD las Artes y de las Letras», del diario ABC.Consuelo Triviño Anzola obtuvo el primer premio en el Concurso Nacional de Libro de Cuentos de la Universidad del Tolima con Cuantos cuentos cuento (1977) y fue finalista del Premio Nacional de Novela Eduardo Caballero Calderón (1997). Ha publicado Siete relatos (cuentos), El ojo en la aguja (cuentos), Prohibido salir a la calle (novela) y La casa imposible (cuentos), Una isla en la luna (novela). Además Triviño Anzola ha publicado libros de ensayo sobre autores como José María Vargas Vila, Germán Arciniegas, Pompeyo Gener y José Martí, entre otros.
Y es que las dieciocho piezas de este volumen ponen en evidencia los diversos escenarios de una realidad municipal y transnacional, donde el crimen es moneda corriente y donde los pobres son los únicos que pagan por la irracionalidad e intolerancia de los poderosos.
Sin juicios de valor ni justificaciones discursivas, la mirada del narrador tiene la objetividad de la cámara fotográfica que explora un escenario para ofrecernos, a través de los objetos y de las personas, de su aspecto, una información que debemos procesar como en "El estanque furtivo", relato que nos traslada a los años cuarenta para, a través de las estancias de la casa, descubrirnos a los amantes suicidas, víctimas de la intolerancia y del atraso provincianos; o en "Pigmalión" que nos indica de qué manera al éxito que conceden el poder y el dinero le espera la muerte. Así, obscenos nos resultan los cadáveres semidesnudos, con su aire de sensualidad, de deliberado abandono, mientras se escucha una melodía que parece acompañarlos en su viaje definitivo y fatal.
En resumen, lo que la cámara fotográfica capta en esos instantes memorables, casi épicos, esas fugaces epifanías que constituyen los 18 relatos de Crímenes municipales, es el mundo del narcotráfico, fuera de lo jurídico, que impone los códigos de honor de la mafia. Pero el dolor y la agonía de una sociedad, condenada a autodestruirse, repito, se nos presenta con una belleza y una sobriedad poco frecuentes en nuestra narrativa, lo cual no deja de ser estimulante en medio de tanto thriller un género hasta cierto punto pobre, por cuanto esquematiza el tema de la violencia, mientras pretende imponerse como el género "por excelencia" para "denunciar", según declaran algunos de sus cultores, la violencia social. Y si embargo, en estos relatos de Darío Ruiz Gómez aprendemos a mirar de otra manera, descubrimos zonas recónditas de la ciudad, padecemos su atmósfera de amenaza constante, su velocidad implacable, los cambios vertiginosos y los contrastes que nos hacen viajar en el tiempo. Percibimos el atraso y la opulencia, vislumbramos esa maquinaria de consumo que tritura hasta el alma de los más humildes a quienes sólo les queda la capacidad de soñar, como les ocurre en "Grandes superficies" a esos ancianos que matan el tiempo en el centro comercial y entran en la cámara frigorífica del supermercado, imaginando que emprenden una excursión al Polo Norte.

Reseña enviada a Aurora Boreal® por cortesía de la escritora Consuelo Triviño Anzola. Para leer más sobre la escritora Consuelo Triviño Anzola pulse aquí.

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